Se dice en Salmos 62:13 “Tuya
es, Oh Eterno, la Misericordia, porque tu pagas a cada uno conforme a
su obra” En este punto alguien podría preguntarse qué
tiene de misericordia el pagar a cada uno conforme a su obra ¿no es
eso acaso lo justo? En cierto modo podríamos decir que si, pero
estaríamos olvidando toda una serie de factores cruciales que, de
considerarlos, nos harían replantear nuestra firmeza al asegurar tal
respuesta.
Para tratar de explicar esta situación,
nos ayudaremos de una parábola planteada por Rabí Israel Meir
Hakohen; que nos ayudará a entender la profundidad de tal afirmación
en los Salmos.
Un joven comenzó a trabajar como
aprendiz de un artesano. El acuerdo era que durante los primeros
cinco años de aprendizaje, el artesano lo vestiría y alimentaría y
le enseñaría su oficio a cambio de una suma inicial. Además,
acordaron que al finalizar los cinco años, cuando hubiese adquirido
pericia en su oficio, comenzaría a recibir un salario semanal.
Con el paso del tiempo la cantidad
de trabajo en el taller aumentó hasta que finalmente el propietario
se vio obligado a emplear otro artesano que se hiciera cargo de parte
del trabajo. Entretanto finalizó el período de cinco años y el
aprendiz comenzó a recibir el salario semanal acordado.
Un día el joven descubrió que el
salario de los otros trabajadores era cuatro veces mayor que el suyo.
Se quejó al empleador: “¿Por qué me pagas tanto menos que a los
demás? Estoy tan capacitado y mi trabajo es tan bueno como el de los
demás”.
El propietario del taller respondió
indignado: “¡No seas ingrato! Tu situación es diferente a la de
los demás. No invertí en enseñarles su oficio y no tuve que
alimentarles y vestirles de mi propio bolsillo. Más aún, ellos no
tienen que usar mi equipo porque cada uno tiene el propio. Pero
contigo es diferente, me tomé el tiempo de enseñarte todo lo que
sabes. Te vestí y te alimenté y tus herramientas son mías. Lo que
recibes es más que suficiente compensación para ti”.
Tras la lectura, puede parecernos justa
la postura del empleador. Al fin y al cabo él ha prestado una gran
serie de servicios a cambio de una pequeña suma inicial; que no da
para compensar sus esfuerzos realizados con su discípulo. Además,
éste le presta sus herramientas sin las cuales no podría realizar
su trabajo y se vería privado de empleo y sueldo.
Ahora preguntémonos si sucede lo mismo
en nuestra vida diaria. Lejos de las concepciones limitadas de las
religiones, veamos a Dios en toda su dimensión. Para ello
recurriremos, para aclararnos al nombre que le da el Hermetismo:
TODO. Todo es la palabra que, dentro de las limitaciones humanas y de
lo material, mejor nos ayuda a expresar la profundidad del Eterno.
Así pues, nosotros mismos formamos parte de Él, del mismo modo que
todo aquello que tengamos, etc.
Podría decirse, que empleamos sus
herramientas constantemente, y sin embargo Él nos recompensa sin tenerlo en cuenta; como si lo que
tuviéramos fuera nuestro.
Aún cuando tratamos de cumplir sus
preceptos, empleamos las herramientas que Él nos ha prestado; por lo
que, en cierto modo, no deberíamos aspirar a recompensa alguna, sino
más bien a cumplir las ordenes prescritas, ya que se lo debemos
todo.
Sin embargo, muy lejos de esto, él nos
recompensa cuando hacemos las cosas bien. Nos proporciona todo
aquello que podamos necesitar y se ocupa de nosotros. De este modo Él
realiza un acto de Misericordia, porqué nos recompensa por
nuestros logros como si él no hubiera desempeñado en ellos ningún
papel. Nosotros somos el aprendiz que ha pasado cinco años con el
maestro, y que aún así cobra lo mismo que los demás sin
diferencia.
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