Lo más habitual cuando alguien empieza
a interesarse por el Tarot es que quiera conocer los significados de
cada uno de los Arcanos; prioritariamente los Arcanos Mayores, pues
los Arcanos Menores acostumbran a parecernos demasiado entretenidos y
aparentan requerir un mayor esfuerzo.
Sea como sea, queremos aprender a leer
los Arcanos lo antes posible; y nos enfrascamos en la búsqueda de
los significados antes que preguntarnos por qué tienen ese
significado. Así es como, en muchas ocasiones, nos resulta
complicado comprender una u otra carta; pues en vez de ver la raíz
de su significado, tratamos de encontrar el mismo de forma
independiente.
Es por esto que hoy quiero publicar la
Historia que nos cuenta el Tarot; una historia que empieza con
nuestro nacimiento y termina con nuestra unión al Padre Creador.
Claro está, existen variantes de esta visión (algunas que comparto
y otras que considero equivocadas); pero expondremos aquí un esbozo
de mi visión particular (que coincidirá más o menos con alguna que
ya conozcamos) para que cada uno desarrolle por si mismo su propia
historia.
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0 - El Loco |
Todo empieza con nuestro nacimiento (0
– El Loco / El Arcano sin número). El Creador nos da a luz y
nos encontramos, en nuestro primer contacto con la realidad, solos y
desamparados; sin ninguna guía o punto de referencia; estamos solos.
Pero aunque estemos solos, tenemos en realidad todo lo que podamos
necesitar; el mundo está a nuestros pies y en nuestro interior se
hallan todas las respuestas y las herramientas que deberemos emplear.
Una vez se ha puesto en marcha el reloj
universal, y la arena empieza a caer, ya no hay marcha atrás; y
debemos entonces actuar (1 – El Mago). Contamos con todas
las herramientas, ya dispuestas ante nosotros, y hemos tomado la vara
de poder que nos capacita para la acción; así pues, podemos empezar
a trabajar.
No obstante, pronto nos damos cuenta de
que nuestro trabajo requiere de una guía, de una estructura y
empezamos a investigar (2 – La Suma Sacerdotisa) las Leyes
Universales y la forma más apropiada de utilizar las herramientas de
las que disponemos; esperando que así podamos llegar a crear de un
modo perfecto.
El estudio va a prolongarse en el
tiempo, pero no deja de llegar el día en el que dominamos nuestras
herramientas y las artes de la creación; y entonces empezamos a
crear (3 – La Emperatriz) libremente, pues nada hay que
escape a nuestras capacidades una vez hemos dominado el arte. Y así
llenamos nuestro mundo con todo aquello que queremos, creamos nuestra
realidad a cada paso que damos porqué somos hábiles para ello.
Y no tardamos en sentirnos amos (4 –
El Emperador) y señores de todo lo creado. Nosotros decidimos
qué debe estar y qué no, somos los creadores de esa realidad y
tenemos la capacidad de gobernarla a placer; sin que haya otra
autoridad que nosotros.
Pero la distancia entre nosotros y
nuestra creación nos va a parecer insoportable, y nacerá en
nosotros la voluntad de mejorarla (5 – El Sumo Sacerdote) a
fin de que sea tan perfecta como nosotros mismos. Querremos verter en
ella lo mejor de nosotros y por eso vamos a dotarla de vida y
conocimiento.
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7- El Carro |
Así abriremos los caminos (6 –
Los Enamorados) que han de servirnos para conectar con nuestra
creación, y a ésta con nosotros. Buscaremos la alianza y la unión
de lo que un día estuvo en origen mezclado con nosotros en nuestro
pensamiento. Nace en nosotros el sentimiento del Amor que va a
permitirnos conectar y dejar que nuestra creación vuelva a sus
orígenes.
Así es como, por fin, al unirse la
creación con nosotros (7 – El Carro) ya no va a haber
barreras entre ambos; y podremos circular libremente y sin
impedimentos. No habrá límites o fronteras, en un instante de
nuestro pensamiento podremos recorrer de un extremo al otro todo lo
creado y seremos al fin, capaces de cabalgar sobre la misma.
Aquí concluye el primero de los tres
ciclos de la Baraja; en el momento en el que hemos logrado la unidad
con nuestra creación y hemos obtenido tal dominio que no existe nada
que no podamos llevar a la manifestación. Pero debe empezar el
segundo ciclo, en el que dejamos atrás el mundo de la materia para
adentrarnos en el mundo de la mente; del que el carro es el estadio
primigenio.
Al haber logrado la unión, y ser
capaces de traspasar el tiempo y el espacio, nace en nosotros una
nueva concepción; la idea del Bien y del Mal (8 – La Justicia)
de los que solamente nosotros vamos a ser los jueces. En nuestra
creación vamos a tener el poder de juzgar, y nosotros también
seremos juzgados, pues somos uno con ella.
Pero este conocimiento nos abruma, y
nos devuelve a un estadio de búsqueda (9 – El Ermitaño)
dónde nuestro ser va a tratar de desentrañar qué es bueno y qué
es malo. Para ello es necesario recorrer un largo y angosto camino,
lleno de experiencias, todas ellas necesarias para poder aprender a
juzgar con equidad y alcanzar nuestra meta del Bien.
Así es como llegamos a la consciencia
(10 – La Rueda de la Fortuna). En este escalón alcanzamos
el saber y podemos conocer de antemano el resultado de cualquier
acción que emprendamos dado que, tras nuestras experiencias, hemos
podido comprobarlo y aprender lo necesario. Sabemos a qué va a
conducirnos el Bien y a qué el Mal.
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14 - La Templanza |
Es por ello que tomamos la firme
decisión (11 – La Fuerza) de proceder para bien empleando
los conocimientos adquiridos en el camino. Comprendemos que en
nuestra mente reside un gran poder y que a nada va a conducirnos el
atarnos a lo material, por lo que empezamos a trabajar con la mente
ya despierta.
Llega entonces el momento de asumir la
responsabilidad de nuestras decisiones (12 – El Colgado) y,
aunque éstas puedan suponer un esfuerzo, debemos cumplirlas. Por
ello nos deshacemos aquí de todo lo material, empezamos a romper los
lazos que nos unían a nuestra creación y asumimos que la misma ya
ha cumplido su cometido, que ha de integrarse al Padre y nosotros
volver a nuestro estado primigenio en el que todo lo que poseíamos
estaba en nuestro interior.
Cuando, por fin, lo conseguimos es
cuando se obra en nosotros el gran cambio (13 – La Muerte),
ya que vamos a abandonar todo el mundo material, sustentado en
nuestras obras y pensamientos, para dejar paso únicamente al mundo
del espíritu. Debemos dejarlo atrás para acceder a ese nivel
superior.
Y así llegamos al mundo del espíritu
(14 – La Templanza) en el que hallamos el equilibrio, la paz
y la serenidad que durante tanto tiempo ansiábamos encontrar.
Vamos, entonces, a conciliar las aguas y nuestros sentimientos serán
lo único que permanezca.
En este punto finalizamos el segundo
ciclo, dónde abandonamos lo material y mental para acceder al mundo
del espíritu. Abrimos las puertas que dan paso al mundo del
espíritu, hemos encontrado la paz y debemos prepararnos para asumir
la última fase de nuestro camino. Y aquí tenemos el reposo
necesario antes de continuar. Pues ahora nos toca trabajar los
sentimientos y aún quedan las pruebas más duras antes de poder
llegar al final.
A lo largo de nuestra experiencia,
nuestro espíritu lo ha conocido todo; y debe aprender ahora a
desprenderse de todo sentimiento que le ate a lo anterior (15 –
El Diablo). Debemos afrentar el ego y seguir adelante sin
dejarnos seducir por los poderes del espíritu. Hemos completado el
dominio sobre los Cuatro Reinos (Elementos) y tenemos la capacidad de
crearlo todo, pero no podemos dejarnos seducir por eso; sino que
debemos aceptar que somos uno con el Padre y nada nos pertenece, pues
del mismo modo que antes unificamos nuestra creación con nosotros,
nosotros vamos a unificarnos ahora con Él, el Padre.
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21 - El Mundo |
Por ello el siguiente paso es la
aparente destrucción (16 – La Torre) de todo lo creado,
porque lo entregamos todo en manos del Creador, y nuestra creación
pasa a ser parte de la Creación del Padre y nuestras obras las de
Él. Lo perdemos todo, antes de poder seguir y, en cierto modo, lo
hacemos para volver a ser como El Loco.
Así, cuando nos liberamos de todo lo
que nos ataba a nuestra creación y nos hemos entregado en manos del
Padre, nuestro espíritu nace de nuevo (17 – La Estrella) y
resurgimos de las cenizas. Habíamos aprendido a ser justos al
alcanzar el espíritu, La Templanza, y a dejar que las cosas
fluyeran; pero ahora nos hallamos por encima de los conceptos del
Bien y del Mal, que rechazamos y volcamos; pues sabemos que éstos
son meramente conceptos humanos y que en la Verdad del Padre no
existen. Allí solo está la Verdad, la Realidad y todo aquello
cuanto no es, sencillamente No Existe.
Al comprenderlo, y vaciarnos de todo lo
anterior, dejamos lugar a cosas nuevas (18 – La Luna), nos
convertimos en un recipiente útil para albergar y reflejar todo lo
que nos llega directamente del Padre. Por ello aquí alcanzamos la
capacidad de la intuición, el don de la iluminación, porque ahora
somos capaces de recibirlo sin obstáculos. Pero en este estadio
solamente somos capaces de reflejar esas características.
No obstante, no tardaremos en aprender
de ello y ser capaces de brillar con luz propia (19 – El Sol),
conviertiéndonos nosotros mismos en dioses. Alcanzamos el máximo
nivel y ya no solo canalizamos la Luz del Padre; sino que nosotros
mismos nos hemos hecho hábiles para emanar nuestra propia Luz; que
es la suya en realidad pero florecida en nuestro interior.
Así llegamos al tiempo de ser juzgados
(20 – El Juicio). Todo nuestro recorrido será juzgado, y
seremos llamados en el momento en que nuestro espíritu sea realmente
puro. Seremos llamados a entrar en el seno del Padre, a completar la
unión final con nuestro Creador y pasar a formar parte de Él.
Finalmente, tras el duro camino,
alcanzamos la plenitud (21 – El Mundo) y pasamos a ser parte
integrante del Padre. Nos fundimos en su esencia eterna, la Eternidad
vuelve a ser nuestra y el tiempo, ya antes detenido, desaparece por
completo; pues en la Eternidad no existe ni principio ni final. Hemos
alcanzado la meta y la unificación; nos hemos convertido, de nuevo,
en lo que éramos al principio. Así se completa el ciclo y el
círculo de la existencia.
Somos ahora de nuevo, El Loco,
pues el Padre no tiene más guía que si mismo; en su interior están
todas las herramientas que necesita, pero es solo un potencial que
necesita de una expresión para poder mostrarse, igual que el que
veíamos al principio. Por ello el Loco no tiene número alguno;
porqué Él está por encima de todo, es el Principio y el Final de
todas las cosas aún cuando Él mismo no tiene ni principio ni fin.
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El Loco |
Concluye aquí, con esa reflexión, el
último de los ciclos del Tarot, asociado al espíritu. Como hemos
tenido ocasión de ver, pasamos por las tres fases: Material, Mental
y Espiritual.
Nosotros somos de la opinión, como ha
quedado demostrado, de que es un absurdo colocar al Loco al Principio
o al Fin de la Baraja; pues es en realidad Principio y Fin en sí
mismos sin ser ninguno de ellos en realidad.
Podríamos ir más allá, pero que sea
cada uno el que extraiga sus propias conclusiones. Esta es nuestra
versión de la historia que cuenta el Tarot, sin esperar entrar en
conflicto con nadie. Aunque hoy hemos representado la versión
tradicional del mismo, Esquema Marsellés, pronto publicaremos un
artículo sobre el la posibilidad de entender el Esquema de Raider
Waite. Veremos que las diferencias entre ambos pueden conciliarse
según el modo en que los interpretemos.