Una de las enseñanzas del jasidismo,
de acuerdo con la Torah y el Judaísmo, es el respeto por el prójimo
y el mantenimiento del buen comportamiento en todo tiempo o lugar. Al
respecto, publicamos el siguiente cuento.
El Rabí Lo Iadúa, el Desconocido,
decía: “Nuestro prójimo no es alguien abstracto, ni mucho menos
siempre el mismo. Prójimo es quien pasa a nuestro lado y entra en
relación con nosotros, en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Son
distintos hombres y mujeres pero la misma humanidad, hijos del padre
Adán.” Yoshúa ha-Notzrí dijo: “Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen. Ellos, los enemigos, son la escuela,
la enseñanza, el maestro circunstancial. Pero si atentan contra
nuestra vida debemos salvarla, pues la nuestra no es nunca, jamás,
menos importante que la suya. Que el prójimo sea un maestro duro no
significa que le permitamos convertirse en nuestro asesino”.
Así pues, se nos enseña que todos
formamos parte en realidad de un gran conjunto que es la humanidad;
que todos somos hijos de Adán, y del Eterno. Debemos tener eso
presente para no olvidar que el prójimo, como se dice, no es algo
abstracto sino algo con lo que entramos en contacto constantemente. Y
del mismo modo que el prójimo está ahí, nosotros también debemos
cumplir diligentemente con nuestras obligaciones, estando atentos
para no equivocarnos cuando entremos en contacto con ese prójimo;
sabiendo que lo que hacemos solo tiene valor si lo aplicamos.
¿Por qué nos dice que bendigamos al
que nos maldice? Porque eso nos hace libres, la capacidad de perdonar
y ver en los demás lo bueno es lo que nos distingue. Aunque los
demás puedan acecharnos, nosotros no podemos caer en la tentación
de hacer el Mal, debemos ser rectos y actuar siempre para bien.
¿Cuántas veces no nos demuestra la mayoría que no es un ejemplo a
seguir? Tengamos este presente y hagamos lo que sabemos que es
correcto, no importa como los demás vayan a tratarnos; nosotros
debemos hacer las cosas bien, y si nos equivocamos, el error es solo
nuestro.
Esto, sin embargo, no quiere decir que
permitamos al malvado obrar con libertad. Nosotros tenemos el derecho
y la obligación de protegernos; porque somos hijos del Creador y
nadie salvo Él puede decidir sobre nosotros.
Así, cuando alguien nos ataca; tenemos
obligación de protegernos y hacer lo que sea menester, siempre para
bien, para frenar y eliminar todo peligro. No vamos a quedarnos,
entonces, de manos cruzadas esperando a poner la otra mejilla; sino
que nos defenderemos y emplearemos nuestras mejores armas: la
transmutación y el perdón; esperando que se deshaga todo el mal que
nos envía la persona y deseando que la misma se de cuenta de su
error; que el Eterno la juzgue con su Justicia Divina y haga lo que
mejor deba hacerse.
Recalcamos la importancia de nuestras
vidas, y la importancia de defenderla a toda costa. La defensa no
solo es legítima, sino que está obligada. Obremos rectamente y con
el Bien como objetivo, sin rencor ni ánimo de venganza y hagamos lo
que sea menester.
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