Muy a menudo hemos visto relacionar
estos tres conceptos. Son las tres fases por las que uno pasa antes
de realizar algo, o cuando quiere mostrar algo. Pero si nos detenemos
a observar en cuantas ocasiones lo uno se corresponde con lo otro,
veremos que no acostumbra a ser tan frecuentemente como cabría
esperar.
Pensemos solamente en las veces en que
nosotros mismos decimos aquello que pensamos. Lo más habitual es
que antes de decir algo, pensemos y analicemos la situación;
sobretodo a la persona que tenemos delante. Si es de confianza, si no
lo es; si la conocemos o no; en qué va a pensar de nosotros, etc.
Nos encontramos entonces con que muy
pocas veces expresamos lo que realmente pensamos por medio de la
palabra. Y que, cuando lo hacemos, es siempre con alguien que goza de
nuestra confianza. En el resto de ocasiones nos escudamos tras un
muro de excusas, en las que priman la opinión social, nuestra
reputación, nuestra imagen, lo que los demás puedan pensar de
nosotros, y un largo etc.
De este modo, adaptamos en mayor o menor
medida nuestro pensamiento para que encaje dentro de un estándar
social aceptado. Queda descartada entonces la conexión entre el
pensamiento y la palabra; por lo menos por el momento.
Pero la palabra no solo la usamos para
expresar pensamientos, también la usamos para tratar de influir en
los demás de un modo u otro. A veces porque queremos dar un consejo
a un amigo que se encuentra en una situación delicada, otras porque
estamos en desacuerdo con lo expuesto por una persona y queremos que
recapacite y entienda, o participe, de nuestro punto de vista.
Es en esta situación cuando, muchas
veces, nos ponemos a nosotros como ejemplos para lo que queremos que
entienda el otro: “Pues yo haría tal cosa” o “¿Cómo puedes
pensar eso? ¿No ves que eso no se puede hacer?”.
Y en esos ejemplos o consejos
recurrimos a nuestros ideales mentales, al pensamiento. Pero ocurre
que no siempre cumplimos con aquello que predicamos. Nos resulta muy
fácil marcar pautas para los demás, como si nosotros las
cumpliéramos, cuando, a veces, no podemos ponernos por ejemplo de
aquello que estamos diciendo.
Luego, nuestras obras no se
corresponden con lo que realmente pensamos o decimos. Y puede ser que
lo que decimos, a su vez, tampoco se corresponda con lo que pensamos.
Pongamos un ejemplo: El sujeto A piensa
que es absurdo escuchar a los ancianos, porque ellos viven en el
pasado y no entienden el presente. Pero un día, mientras va por la
calle, un hombre mayor se le cruza y empieza a hablar con él de que
la juventud no respeta a los mayores.
Él, que no quiere quedar mal, le dirá
al hombre que realmente es así, que por desgracia hoy en día las
cosas están muy mal y esto no puede ser; porque la gente mayor tiene
una experiencia que hay que respetar y de la que hay que aprender.
Una vez ese hombre se haya ido, el
seguirá su camino; y mantendrá su idea de que el hombre mayor
realmente estaba solo y no tenía nada mejor que hacer que hacerle
perder su tiempo.
Pero por el camino, su pensamiento, su
palabra y su obra poco se han correspondido entre sí. Aunque él
piensa que es absurdo atender a los mayores, ha prestado oído a sus
palabras para no quedar mal y le ha dicho al hombre aquello que
quería escuchar. Su palabra ha ido en contra de su pensamiento, y su
acción en contra de la palabra y el pensamiento. Porque aunque se
quedara con el anciano, le ha dicho solamente lo que quería oír
para sacárselo rápidamente de encima. Así le ha prestado un
atención que no corresponde a su pensamiento y una actitud que no
concuerda con sus palabras.
Este es un ejemplo de lo que suele ser
más habitual, aunque por suerte no siempre sean las cosas de este
modo. Hay gente capaz de coordinar sus tres niveles y ser coherente.
A nivel metafísico podemos ver que el
pensamiento y la palabra van unidos; en tanto que la acción está
separada de los anteriores. ¿Por qué? Porque aunque antes hemos
visto que no tienen por qué ir unidas, también es verdad que
tendemos a expresar a los demás nuestros ideales cuando queremos
quedar bien. Cuando queremos mostrarle a alguien un consejo, siempre
lo hacemos desde lo que nosotros consideramos que es lo mejor, lo más
correcto. Y ahí si que el pensamiento se corresponde con la palabra.
Sin embargo, la acción queda
desmarcada. Ella supone la puesta en práctica de lo que antes se
hallaba solamente a un nivel teórico. Pero aunque así sea, sabemos
que son nuestras acciones las que nos definen. Es por nuestras
acciones por lo que los demás nos conocen y por lo que tienden a
valorarnos. No importa lo que pensemos o lo que digamos, pues cuando
alguien está descontento con nosotros por algo que hemos hecho no se
va a fijar en si pensamos una cosa o decimos otra; va a importarle lo
que hagamos y cómo obremos con él.
Y todo esto tiene aún un segundo
trasfondo; puesto que en metafísica pensamiento, palabra y obra son
un solo conjunto. La Metafísica nos enseña que todo lo que
pensemos, digamos o hagamos tiene su repercusión energética.
¿Implica esto que todos los niveles
encajan de por sí? No. Aún quien sabe esto puede pensar que tampoco
es para tanto, aunque se empeñe en decirle a los demás lo
contrario. Así esa persona no va a preocuparse mucho por controlar
sus palabras o sus obras; siendo que su acción global queda en una
acumulación de factores positivos y negativos.
Por ello en Metafísica lo que se
valora también son las obras, con la única excepción de que la
obra en metafísica trasciende nuestros actos materiales para
implicar también la palabra y el pensamiento. Así, deberemos obrar
correctamente en nuestras acciones, obrar correctamente en nuestras
palabras y obrar correctamente en nuestro pensamiento.
Esto es, cuidar nuestros actos y hacer
aquello que esté bien. Procurando hacer un buen uso constante de
nuestras palabras y vigilando nuestros pensamientos. Solo así
conseguiremos obrar a un nivel completo; teniendo siempre presente
que esto es solo acción y que lo que digamos o pensemos es otra
cosa, que podemos lograr unificar o no.
Así pues, pongamos nuestro empeño en
obrar bien a todos los niveles. Si todo lo que pensamos, decimos y
hacemos tiene una repercusión energética, vigilemos nuestras obras
a todos los niveles y o dejemos que nada malo o de calidad inferior
nos enturbie.
el que logra obrar de acuerdo a lo que piensa y lo manifiesta de palabra es un iluminado que irradia una energía de amor a los que estan a su alrededor.
ResponderEliminarSi se realiza algo desde el pensamiento pasando ala palabra y posteriormente ala obra tendrá que ser para algo positivo de lo contrario no valdrá la pena.
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