martes, 27 de noviembre de 2012

Cuentos – Cuentos Jasídicos II


Una de las enseñanzas del jasidismo, de acuerdo con la Torah y el Judaísmo, es el respeto por el prójimo y el mantenimiento del buen comportamiento en todo tiempo o lugar. Al respecto, publicamos el siguiente cuento.

El Rabí Lo Iadúa, el Desconocido, decía: “Nuestro prójimo no es alguien abstracto, ni mucho menos siempre el mismo. Prójimo es quien pasa a nuestro lado y entra en relación con nosotros, en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Son distintos hombres y mujeres pero la misma humanidad, hijos del padre Adán.” Yoshúa ha-Notzrí dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen. Ellos, los enemigos, son la escuela, la enseñanza, el maestro circunstancial. Pero si atentan contra nuestra vida debemos salvarla, pues la nuestra no es nunca, jamás, menos importante que la suya. Que el prójimo sea un maestro duro no significa que le permitamos convertirse en nuestro asesino”.


Así pues, se nos enseña que todos formamos parte en realidad de un gran conjunto que es la humanidad; que todos somos hijos de Adán, y del Eterno. Debemos tener eso presente para no olvidar que el prójimo, como se dice, no es algo abstracto sino algo con lo que entramos en contacto constantemente. Y del mismo modo que el prójimo está ahí, nosotros también debemos cumplir diligentemente con nuestras obligaciones, estando atentos para no equivocarnos cuando entremos en contacto con ese prójimo; sabiendo que lo que hacemos solo tiene valor si lo aplicamos.

¿Por qué nos dice que bendigamos al que nos maldice? Porque eso nos hace libres, la capacidad de perdonar y ver en los demás lo bueno es lo que nos distingue. Aunque los demás puedan acecharnos, nosotros no podemos caer en la tentación de hacer el Mal, debemos ser rectos y actuar siempre para bien. ¿Cuántas veces no nos demuestra la mayoría que no es un ejemplo a seguir? Tengamos este presente y hagamos lo que sabemos que es correcto, no importa como los demás vayan a tratarnos; nosotros debemos hacer las cosas bien, y si nos equivocamos, el error es solo nuestro.
Esto, sin embargo, no quiere decir que permitamos al malvado obrar con libertad. Nosotros tenemos el derecho y la obligación de protegernos; porque somos hijos del Creador y nadie salvo Él puede decidir sobre nosotros.
Así, cuando alguien nos ataca; tenemos obligación de protegernos y hacer lo que sea menester, siempre para bien, para frenar y eliminar todo peligro. No vamos a quedarnos, entonces, de manos cruzadas esperando a poner la otra mejilla; sino que nos defenderemos y emplearemos nuestras mejores armas: la transmutación y el perdón; esperando que se deshaga todo el mal que nos envía la persona y deseando que la misma se de cuenta de su error; que el Eterno la juzgue con su Justicia Divina y haga lo que mejor deba hacerse.

Recalcamos la importancia de nuestras vidas, y la importancia de defenderla a toda costa. La defensa no solo es legítima, sino que está obligada. Obremos rectamente y con el Bien como objetivo, sin rencor ni ánimo de venganza y hagamos lo que sea menester.

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