Dentro de la tradición interpretativa
judía (Jasidut), especialmente cabalista, nos encontramos con
distintas corrientes. Una de las más importantes es el Jasidismo,
basado en el uso de relatos de tinte moral y ético escritos con
varios niveles de interpretación.
Estos relatos versan siempre sobre
costumbres, así como sobre los Preceptos (Mitzvot) del judaísmo
extraídos de la Torah; por lo que beben de las fuentes midráshicas,
del Talmud, del Zohar y otros grandes libros. Pretenden, al mismo
tiempo, dar una enseñanza y servir de ejemplo. Hoy en día esta
tradición goza de un gran respeto y muchos son los tratados al
respecto; entre los que podemos destacar el “Tanya”
de Rabí Shneur Zalman de Liadi (1745 – 1812).
Pero el fundador, aquél que dio origen
al Jasidismo, fue Rabí Ysrael ben Eliezer (1698 – 1760) más
conocido en su época, como en nuestros días, como el Baal Shem Tov
(Maestro del Nombre Divino). Después de él hubo muchos otros que se
dedicaron tanto a seguir con la tradición, como a compilarla. Entre
los compiladores destaca el ya mencionado Rabí Shneur Zalman de
Liadi, así como entre los principales escritores de cuentos
jasídicos hay que destacar al mismo nieto del Baal Shem Tov Rabí
Najman de Bratzlav (1772 – 1810).
Hoy, no obstante, abriremos la sección
de cuentos jasídicos con uno del propio Baal Shem Tov haciendo honor
al fundador de la tradición.
El Baal Shem Tov; Rabí Ysrael ben Eliezer |
El Baal Shem solía decir: “Dios
es la sombra del hombre”, frase que comentaba del siguiente modo:
“De la misma manera que la sombra sigue los gestos y movimientos
del cuerpo, Dios sigue los del alma. Si el hombre es caritativo, Dios
también lo será. El secreto del hombre se llama Dios, y el secreto
de Dios no es otro que aquél que define al hombre: el amor. Quien
ama, ama a Dios”.
Sin
duda es este un cuento interesante y realmente profundo, por cuanto
son muchas las enseñanzas que contiene.
En
primer lugar nos dice el Baal Shem “Dios es la sombra del
hombre” y “El
secreto del hombre se llama Dios”.
Esto nos quiere decir que el Santo, Bendito Sea, está oculto a los
hombres; cómo también se menciona en la Torah y en numerosos
pasajes del Tanaj (el Antiguo Testamento judío). Pero es solo una
ilusión del hombre, porque realmente el Eterno está siempre a
nuestro lado, vigilando lo que hacemos.
Él es
el secreto del hombre, por lo que el hombre es el que ha de
desvelarlo. Y las sombras bajo las que se oculta, no son más que
luz, pues está escrito “Pero las tinieblas no lo son
delante de Ti, y la noche resplandece como el día. Lo mismo Te son
las tinieblas que la luz”(Salmos
139:12). Porque el Eterno es el origen de Todo, y Él las puso allí
para que le buscáramos y las desveláramos; por eso son también
como la luz, porque nos permiten hacer el trabajo de elevación que
sin ellas no sería posible.
Nos
dice a continuación “De la misma manera que la sombra
sigue los gestos y movimientos del cuerpo, Dios sigue los del alma.”
es decir, que aunque el Eterno esté oculto, sigue atentamente los
pasos de nuestra alma. Pero del mismo modo que el Santo, Bendito Sea,
sigue nuestros pasos, también lo hacen las sombras.
Fijémonos
en la distinción “que la sombra sigue los gestos y
movimientos del cuerpo” y
“Dios sigue los del alma”.
La sombra sigue al cuerpo, lo material; que es el mundo en el que se
manifiesta nuestro yo externo, el ego. De esta manera, todo aquello
que emprendemos cuyos orígenes están en la voluntad del yo externo,
el ego, son seguidos y cuidados por las sombras. Esto es, por
ejemplo, la arrogancia, la envidia, el egoísmo, etc.
Pero,
por otro lado, el Eterno no sigue a nuestro cuerpo. Es importante
observar lo que no se dice, pues el Santo, Bendito Sea, no sigue los
pasos del alma y los del cuerpo, sino solamente los del alma; por
ello cuando nos adentramos en los senderos del yo exterior, para
satisfacer las demandas de nuestros yo material, el Eterno se aparta
también de nosotros.
Sin
embargo, cuando escuchamos a nuestra alma y buscamos los senderos que
conducen al Santo, Bendito Sea, tendremos toda la atención y la
ayuda que necesitemos porque los caminos del alma nos conducen a la
Verdad, al Amor “el secreto de Dios no es otro que aquél
que define al hombre: el amor”.
Entonces,
por medio del Amor, por medio de la búsqueda de Di-s, si escuchamos
a nuestro yo eterno, nuestra alma, también nosotros nos volveremos
misericordiosos. A través de la manifestación de este amor
lograremos que el Eterno nos escuche y esté con nosotros “Si
el hombre es caritativo, Dios también lo será”
porque es el hombre el que ha de emprender el camino. También
debemos entender que, sembraremos aquello que plantemos y si nosotros
emanamos amor, será amor lo que recibamos; pues no hay que olvidar
que el hombre recibe para dar y que el dar es Amor. Además, el dar
es uno de los grandes dones del hombre; lo que le asemeja al Creador.
Cuando damos, estamos creando, y fuimos creados para crear también
nosotros. La caridad, dar aquél que no tiene (en lo físico,
mental, emocional o espiritual) nos convierte a nosotros mismos en
Creadores porqué ejercemos ese Jesed, esa bondad, propia del Santo,
Bendito Sea.
Cada
día, y a cada momento, el Eterno ejerce su Bondad sobre nosotros;
nos provee de todo lo que necesitamos, y nos mantiene con vida (pues
sin Él nada seríamos). No le importa cuales sean nuestros méritos,
pues incluso aquél que no sigue sus pasos también recibe. Del mismo
modo nosotros debemos ser caritativos, tanto con aquél que pensemos
que lo merece como con aquél que no; porque todos somos hijos del
Padre y si Él no hace distinciones, tampoco nosotros debemos
hacerlas. Y por medio de nuestra caridad, emanada del Jesed, la
Bondad, recibiremos.
Por ello se dice “Quien ama, ama a
Dios”, porqué el que ama desde el corazón y de verdad, ama en
realidad la obra del Creador; y no hay amor posible sin Él, pues de
Él emana y es su máxima cualidad desvelada.
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